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A nivel humano existe una realidad y es que muchas veces los padres son más competitivos que los hijos en el deporte, proyectan en los niños sus propios sueños juveniles, hasta el punto de que se pierden la objetividad a la hora de valorar si ese es el camino que de verdad quiere tomar el hijo o ha tomado dicho rumbo por sentirse presionado por tantas expectativas paternas.
El “Síndrome del Padre Feo” muestra la competitividad propia de aquellos padres que presionan en exceso a sus hijos en el deporte.
La actitud del padre
La actitud del padre que presiona a su hijo es la de quien continuamente estira la cuerda sin darse cuenta de que un buen día puede romperse. Hace comentarios del tipo: “Yo sé que te gustaría estar jugando con tus amigos, pero entrenar dos horas más es lo mejor para ti”. De esta forma, el hijo termina encerrado en el ámbito deportivo y dejando de lado planes de ocio típicos de su edad porque no puede llegar a todo. De hecho, tiene claras dificultades para conciliar la carrera deportiva con los estudios.
Esta actitud genera el efecto contrario al deseado en los padres y es que, al final, los hijos terminan detestando el deporte, cogen manía y dejan el deporte lo antes posible porque nadie disfruta cuando está sometido a la presión de ganar el partido.
¿Cómo corregir este mal hábito?
Para evitar el Síndrome del Padre Feo es importante que los padres apoyen a sus hijos en aquello que quieren hacer. Por tanto: No des por supuesto que tu hijo quiere ser un gran deportista. Habla con él, escúchale y atiende sus necesidades emocionales. Ayúdale a buscar el equilibrio entre el deporte y el plano personal, porque un niño y adolescente necesita estar con su grupo de amigos, hablar de temas típicos de su edad, salir y disfrutar. Dile a tu hijo que te sientes muy orgulloso de él, dale un buen refuerzo a nivel emocional para que esté contento de ser quien es.